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lunes, 29 de octubre de 2012

PICOTAZOS DE BEDOYA


El fundador del Partido Popular Cristiano (PPC) y dos veces alcalde de Lima hace un alto en su retiro y opina sobre la gestión de Ollanta Humala, el indulto a Fujimori y el destino de Villarán. El viejo 'Tucán' picotea de nuevo la escena po
lítica.

Luis Bedoya Reyes (PPC) desconfía de las autobiografías. Cree que algunas tienen datos que no pueden confirmarse. Por eso ha publicado –gracias al Congreso– un libro que reúne sus textos y discursos más importantes. Dice que esta publicación les pondrá límites a las memorias que ahora escribe. Trata de ser honesto con su pasado.

Ha sido alcalde de Lima, ministro de Estado, constituyente y abogado exitoso, pero todos estos cargos han estado alejados de las aulas, a pesar de que su vocación era ser docente.

No propiamente. Tenía una gran predisposición para la comunicación, el diálogo de pregunta y respuesta, y la transmisión del conocimiento, que es distinta a la práctica normal del discurso político, que reclama una técnica distinta, como la del sacerdote. ¿Por qué? El sacerdote tiene en la iglesia, frente a sí, lo mismo a un hombre de alta intelectualidad como a un pordiosero. En consecuencia, su lenguaje debe ser orientado, más que al discernimiento, a la emotividad. Pasa lo mismo con el político. El riesgo es que esa emotividad la transforme en demagogia.

Quiero insistir en su interés por ser docente. Leí que aspiraba a tener una plaza en el Guadalupe, pero un profesor suyo, al que usted había criticado, fue nombrado Director General de Educación y frustró esa intención.

Allí hay otros factores. Yo estaba todavía en el colegio cuando ya enseñaba en las academias de preparación para el ingreso a la universidad. Allí me encontré con un grupo de amigos que estaba por entrar a medicina en San Marcos. Conversaba con ellos en sus actos de preparación. Y cuando me encontraba en la imposibilidad de responder a sus preguntas, acudía a mis propios maestros del Guadalupe, so pretexto de mi propia curiosidad. Era un transmisor. Allí me encontré con cierta inclinación a la docencia.

-¿Y sus maestros descubrieron que usted hacía preguntas para transmitirlas a sus amigos?

No, porque solo lo hacía para este grupo de amigos, unos cinco muchachos que estaban a punto de entrar a medicina.

-Doctor Bedoya, me habla de los amigos que tuvo cuando fue joven, en el Guadalupe. Hablemos del lado opuesto: ¿siente que ha tenido muchos enemigos?

No, a Dios gracias no. He tenido fuerzas adversas por razón de mis principios, no enemigos. La única situación difícil que tuve que enfrentar, pero ya no por razón de mi persona sino por razón de la posición en la que estaba, fue cuando, bajo la influencia de la Cuba de Fidel Castro, aquí se quería hacer la revolución. El grito de guerra era: “Revolución, aquí y ahora”. No había que pensarla, proyectarla o prepararla. Era una especie de exquisitez imaginativa, conforme a la cual bastaban ciertos decretos para que la realidad cambiara. Era una revolución de escritorio. Eso fue lo que ocurrió con Velasco.

-Y fue en ese momento que usted tuvo una posición dura.

Sí, junto a la gente que estaba en la Democracia Cristiana y en Acción Popular, y que eran concejales en la Municipalidad de Lima. La revolución de Velasco se produjo a fines del año 68 (Bedoya era alcalde de Lima), a Belaunde le quedaba el 69 cuando le dieron el golpe, pero los gobiernos locales fueron respetados, aunque se trató de penetrarlos. Allí me encontré con una subversión impresionante.

-Cuando llegó el gobierno de facto, respondió duramente. Izó el pabellón nacional a media asta en la municipalidad. Eso es algo que no le perdonaron nunca.

Es verdad. Menos me perdonaban los termocéfalos que el gobierno militar tuviera que respetar la presencia del gobierno civil en los municipios. La verdad es que no tenían gente. Si hubieran tenido que poner alcaldes en los 1.800 distritos del país, habrían echado mano a los alféreces y tenientes, y aun así no les hubiera alcanzado.

-No había tantos oficiales.

Sí pues, hubieran tenido que recurrir a los subalternos.

-Bueno, en general ha tenido adversarios leales. Incluso ha sido condecorado por el presidente Humala. Y ambos estuvieron en orillas opuestas en la elección del año pasado.

Cuidado. Una cosa es el poder para el candidato, otra para el opositor y otra para el gobernante. Es el sentido de responsabilidad y sensatez del opositor convertido en candidato, cuando llega al poder, el que determina el reajuste de sus planteamientos, e incluso el abandono de sus tesis, porque pasa a gobernar un país. Yo he apreciado en el señor Humala un sentido de responsabilidad, enfrentando sin equipos propios una situación de desafío político.

-Es interesante lo que dice, pero yo no creo que Ollanta Humala esté dispuesto a aceptar que ha abandonado lo que proponía en campaña.

Bueno, eso es entrar en el mundo de las suposiciones y lo peor que puede hacer un político es entrar en el campo teorético en vez de enfrentar la realidad.

-Le dijo a Ollanta Humala que era una “caja de sorpresas”. ¿No quiso decir realmente que Humala es la caja de Pandora?

Oiga, cuidado, yo le agregué a esa frase “de sorpresas agradables”. Para mí no podría ser agradable un bellaco que gobierna a base de sorpresas, porque está al tun tun. Este hombre, ya en ese momento (noviembre del 2011), había desembarcado a varios de los que lo acompañaron en la campaña y en el primer gabinete, no porque tuviera animadversión por ellos sino porque no cuadraban en las rectificaciones al interior de su equipo.

-¿Por quién votó en la segunda vuelta de la campaña presidencial del año pasado?

Si mal no recuerdo, por Keiko.

-Caramba.

Sí, porque en ese momento Humala era el riesgo. El riesgo del cambio de los termocéfalos que yo había conocido 20 años atrás. Yo no he votado allí por una especie de emotividad. Yo venía de un momento en que los daños que, por equis razones, me había originado el gobierno de Fujimori me colocaban lejos de él. Pero cuando uno vota con un voto de conciencia no pone sus sentimientos sino sus ideas y responsabilidad en juego.

-Me extraña que diga que votó por Keiko Fujimori porque tengo este apunte de una entrevista que le dio a El Comercio (el 7 de marzo del 2011) en la que usted decía que la señora Fujimori era más peligrosa que Humala porque tenía un pasado vinculado a Montesinos.

En primer lugar, no encontrará en mis 70 años de vida política una sola carta rectificatoria. Lo peor que le puede pasar a uno es rectificar a un periódico (se ríe). El periódico acepta todo, excepto que se llegue a la evidencia de que se ha equivocado (lanza una de sus clásicas carcajadas).

-Acepto el golpe. Pero teníamos la idea de que usted era un opositor al fujimorismo.

Mucho. No solo eso. Reconocí más de una vez sus dos realidades. Cuando Fujimori llegó al poder también cambió de política y a nadie se le ocurrió en ese momento llevarle la contra.

-Le hablaba de los adversarios leales y quería mencionarle a Fernando Belaunde. Él se convirtió en su aliado y amigo. Usted dijo en el aniversario de su muerte que “Belaunde ocupó por derecho propio lo que el pueblo ya había reconocido en otros dos patriarcas, José Luis Bustamante y Rivero y Víctor Raúl Haya de la Torre”.

Es que es verdad. Si se examina la etapa final de Belaunde, más allá de su apoyo a Toledo, don Fernando fue muy medido en sus intervenciones en política. Las veces que opinó no lo hizo como parte combativa sino como consejo superior. Mucha gente concurría a donde él porque era un hombre muy equilibrado y sensato. La política al final de cuentas es sentido común. Los técnicos te dan el consejo, pero el hombre de Estado tiene que escoger entre las opciones. La idea de que el hombre de Estado debe ser un perito en todo es una fantasía torpe.

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