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jueves, 17 de diciembre de 2015

Las edades de Lulú, por Patricia del Río
Lourdes Flores eligió ir de segundona. Acaba de estrenar su propia edad de la decadencia.

Lourdes Flores.

Patricia del Río
Periodista

Lourdes Celmira Rosario Flores Nano (sí, así se llama) ha sido el referente más claro de la mujer comprometida con la vida política en el Perú. Empezó muy joven en el PPC, cuando estaba en la universidad. Durante esos primeros años que podríamos llamar la edad de la inocencia, fue delegada de clase, tercio estudiantil y representante ante la Asamblea Universitaria.

Ya graduada, empezó la edad el aprendizaje: fue asesora de Enrique Elías Laroza en el Ministerio de Justicia durante el gobierno de Fernando Belaunde, postuló al Parlamento en 1985 (no entró) y, al año siguiente, se convirtió en regidora en el Municipio de Lima. En 1987 se hizo famosa al oponerse férreamente a la estatización de la banca impulsada por Alan García (¡ups!) y en 1990 llegó al Congreso de la mano del Fredemo. Como diputada, formó parte de la comisión que investigó la corrupción del gobierno aprista y que persiguió a García (¡ups, ups!). De esas épocas son los videos noventeros en los que Lourdes Celmira aparece con unos peinados de merengue y una vestimenta que la hacen ver diez años mayor de lo que luce ahora.

Para entonces, Lourdes ya era una importante carta del PPC. Luis Bedoya la engreía y empezaba para ella la edad de la lucha: participó en la Constituyente de 1993 y llegó al Congreso de la República para el período 1995-2000. En las épocas más duras del fujimontesinismo se enfrentó públicamente a Montesinos y llevó adelante el referéndum que buscaba impedir la tercera elección de Fujimori. 

Siempre fue chancona y responsable, por eso en el 2001, cuando ya había caído la dictadura, Lourdes decidió que estaba lista para ser la primera presidenta mujer del Perú. Y si vemos su vertiginosa carrera política, lo estaba. Tenía experiencia, tenía la capacidad. Le faltaba, sin embargo, convicción. Y esa falta de seguridad en sí misma, ese no creérsela, la haría inaugurar la edad de las equivocaciones. En el 2000 postuló a la presidencia del Perú y, tras encabezar las encuestas por varias semanas, su candidatura se ahogó en una piscina donde su padre insultó con calificativos racistas a Toledo. En el 2006 volvió a intentarlo y esta vez fue su contendor Alan García el que le clavó el demoledor mote de la ‘Candidata de los Ricos’, con lo que le quitó toda chance de triunfar. Lourdes Celmira acusó entonces a García de haberle robado la elección en mesa (¡ups, ups, ups!) y apareció con los ojos inflamados después de llorar por días.

Dicen las malas lenguas que la sensación de fracaso e inseguridad volvieron a apoderarse de ella y que, para poder sacudirse de tanta mala racha, postuló a la alcaldía de Lima en el 2010. Pero fueron los ya famosos ‘potoaudios’ los que volvieron a hundirla, y Susana Villarán, por la que semanas antes nadie daba un centavo, le ganó.

Para muchos, estos sonoros fracasos estaban delineando a una futura candidata más sólida, con más capacidad de enfrentar sin tanto ayayero una próxima contienda electoral. Pero dadas sus últimas decisiones, dado que eligió ir de vicepresidenta en la fórmula de su antes verdugo, Alan García, está claro que Lourdes Celmira se convenció de que ella nunca jamás ganará una elección. Nunca jamás se ceñirá la banda presidencial. Nunca jamás entrará a Palacio por la puerta grande. Por eso eligió ir de segundona. Por eso se resiste a ser protagonista de su propio sueño. Por eso acaba de estrenar su propia edad de la decadencia.

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