SAN SALVADOR, MAYO DEL 2010
sábado, 8 de mayo de 2010
RINCÓN DEL AUTOR
Corrupción y encanallamiento social
Por: Hugo Guerra
La peor paradoja de la corrupción es el grave daño que se está infligiendo al modelo político-económico que sustenta la democracia en el Perú.
Luchamos durante décadas por establecer una auténtica economía social de mercado; repudiamos el experimento socializante del velascato; criticamos el populismo del segundo belaundismo; en las calles impedimos la estatización de la banca bajo el primer alanismo; condenamos los excesos neoliberales del fujimorismo; alertamos de las tentaciones de indisciplina fiscal durante el toledismo. Y ahora, cuando al régimen aprista le tocaba perfilarse como elementalmente estabilizador, desde el propio partido de la estrella asoman nuevamente las fauces de la corrupción poniéndolo todo en riesgo.
Eso, sumado a la incapacidad de otras instituciones para frenar la corrupción endémica, demuestra que nuestras élites políticas todavía no están maduras ética y moralmente como para sostener un sistema basado en la libertad individual, el libre mercado y la transparencia del Estado. Los líderes desnaturalizados no entienden que el capitalismo sano no se basa en la acumulación de la riqueza por cualquier medio. Para lograr el desarrollo de la nación y la madurez tanto del mercado como de la sociedad se necesita orden, disciplina, organización. O, como dice el filósofo Michael Novak, “el único cimiento duradero para una sociedad capitalista es uno de carácter moral”.
Como corroboran Schumpeter, Hayek y Fukuyama, el elemento central de la libertad económica y social es la confianza en todos los actores: individuos, empresas y administración pública. La corrupción, en cambio, traiciona la construcción del modelo liberal peruano, porque echa todo por la borda: desde el mandamiento teológico del “no robarás”, hasta el recto comportamiento de las masas. Así, los corruptos pervierten al Estado en el cumplimiento de sus fines, y pervierten a la nación al punto que se cumple la sentencia de Arturo Uslar Pietri: “Nadie duda que existe la corrupción, pero no tenemos el valor de sancionarla porque todos somos parte de esa tolerancia”.
La corrupción deslegitima al gobierno (entendido como ejecutivo, legislativo y judicial), dejando abierto el terreno para su debilitamiento indiscriminado y la aparición de corrientes antisistema cada vez más radicales.
Pero la mejor forma de luchar contra la corrupción no es crear más figuras delictivas ni aumentar las sanciones penales, sino educar al pueblo para que rescate los valores de la decencia pública y la moralidad administrativa. Y claro, muchos corregiremos generando conciencia colectiva sobre la probidad personal de los políticos y la transparencia de la actividad gubernamental.
Advirtamos, además, que el tráfico de influencias, la apropiación ilícita de bienes públicos, etc. son problemas finalmente secundarios frente a la corrupción moral que hoy presenciamos, porque no hay forma peor de encanallamiento político que aquella hipocresía de quienes —diciendo defender la libertad y la democracia— inducen a los peruanos a caer en el nihilismo, es decir, en la imposibilidad de diferenciar entre el bien y el mal.
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