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lunes, 8 de marzo de 2010

DETALLES DE NOTAS:  
Tránsfugas disparados

Cerca de cuatro mil militantes han renunciado a sus partidos para postular o alquilar el membrete de agrupaciones fantasma que ahora abundan con la bendición de las autoridades electorales. Que se recuerde, nunca antes hubo tantos tránsfugas en escena. Por estas fechas, esos partidos-hostales, con registro electoral pero sin seguidores, alojan a cientos de improvisados y advenedizos en un cambalache de promiscuidad política sin precedentes. ¿Qué pasará con ellos el domingo 3 de octubre? ¿Serán finalmente sancionados por los electores? ¿O estos se mostrarán indulgentes con ellos? Aquí el juicio de un puñado de comunicadores sociales y analistas de coyuntura.

Todos somos cómplices

Los dirigentes de los pocos partidos que están funcionando, entre ellos Unidad Nacional y el Apra, no encuentran la manera de cohesionar a su gente. Cada elección es una especie de ‘tinka’, en la que cada uno piensa de la forma más práctica: tú vas a la presidencia, tú vas a la municipalidad, y así sucesivamente. Como los jefes no tienen claro qué quieren como agrupación, los de abajo se van. El caso más patético es el de Unidad Nacional, de donde se ha ido la mayoría de personas sin ningún reparo moral. Los integrantes de una organización política deben encarnar una forma de pensar común. Sin ir muy lejos, en Chile ha causado todo un escándalo que Jaime Ravinet, ex ministro de la Concertación, pase al lado del actual presidente Sebastián Piñera. Y ha sido así porque allá los partidos –valga la redundancia– son ideológicos, la gente ve este hecho como una traición, hasta insulta a ese político en las calles. Acá no pasa nada de eso. Salvador Heresi posa con su pisco sour y todos felices, sin importar los guiños que le hace a un político tan cuestionado como Alex Kouri. El principal daño que hace el transfuguismo a la política es que revela a los partidos como franquicias en las que no importan las faltas éticas de sus cuadros. Basta enjuagar los errores políticos con regalitos a la gente.

Paola Ugaz, periodista

Es la Herencia fujimorista

Algunos políticos se parecen a los futbolistas que andan con su carta pase viendo por quién fichan en la próxima temporada, o en la próxima elección. Si tenemos en cuenta que el destino del país tiene que ver con la calidad de la política, los alcaldes tránsfugas que vemos por estos días le hacen un daño profundo a la sociedad en general. Pero esta situación no es nueva: durante la campaña electoral del 2000, Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori, captaron cerca de 20 congresistas ilegalmente para lograr mayoría en el Congreso. Este fue un punto paradigmático en la figura del transfuguismo en el Perú. Y eso obedeció a la falta de principios políticos de las personas y a la ausencia de solidez en las agrupaciones que los llevaron al poder.
Luis Benavente, director del Grupo de

Opinión Pública de la Universidad de Lima

Rostros y no ideas

El transfuguismo es síntoma de una grave enfermedad nacional: la desideologización política. Los peruanos solemos votar por o contra personas –fulano habla bien, mengano es ojiverde– pero no por lo que estas proponen en cuanto a economía regional, empresas públicas, transporte, salud y educación. Este es un virus que se inoculó en nuestra psiquis desde los años 90, con Fujimori, e incluso antes, con la irrupción de Ricardo Belmont en la alcaldía de Lima. Lo que sucede ahora es que hay una norma que obliga a los candidatos a acreditar que han abandonado determinada línea política; por eso los tránsfugas son más visibles. Una prueba de que esta ‘personalización’ política está internalizada en nuestro sentido común es la libertad con que opera el transfuguismo hoy. Los partidos ‘vientre de alquiler’ –que ofertan agrupaciones inscritas en el Jurado Nacional de Elecciones a candidatos muy rentables electoralmente– existen porque no hay un mínimo de ideología en las elecciones: los militantes se pueden ubicar en ellos sea cual fuere su posición doctrinaria. Esto es impensable en un país donde hay un partido liberal y otro conservador, un partido de izquierda y otro de derecha. En el Perú vivimos un mundo de formalidades que se cumplen solo por lo que la ley electoral lo señala.

Wilfredo Ardito,
abogado experto en Derechos Humanos

¿Estamos aprendiendo?

No veo mucho problema al transfuguismo. Todos, en teoría, están en su derecho de cambiarse de partido, si así lo creen. Sobre todo cuando los partidos mantienen ideas muy antiguas sobre lo que es el país, y sus militantes creen que es momento de cambiar, de irse a una agrupación con ideas renovadoras. La salida de uno o varios militantes, si es consecuencia de un intenso debate ideológico, puede ser hasta pedagógico para el resto de ciudadanos y futuros votantes. El problema es cuando el cambio de camiseta se da por fines un poco mezquinos o cortoplacistas. Digamos porque hay más opciones de alcanzar una curul o una alcaldía con (y detrás de) el nuevo caudillo de turno. O (recordando a Alberto Kouri) cuando hay miles de dólares de por medio. Así, la población desprecia al tránsfuga, porque asume que hay algún beneficio particular de por medio. Lo malo es que no aprendemos nada de estos saltos cualitativos de partido a partido. Nos queda la sensación de que todo ha sido un choque de egos, y no de discusiones profundas sobre el destino del país. Quizá hayan existido las mejores de las razones, pero estas no las conoceremos. Por ejemplo, ¿qué hemos aprendido del pase de los alcaldes pepecistas al bando de Alex Kouri? ¿o de la gente que sigue ahora a Arana y que venía de otros partidos de izquierda? Así vistas las cosas, el ganador terminará siendo el voto de protesta. Aquel que está jalando el paródico Jaime Bayle.

Roberto Bustamante, arqueólogo
y autor de “El Blog de El Morsa”

La política, un mercado

El operador político que cambia de camiseta se caracteriza por su poco apego a la ideología. Quiere hacer una carrera política pero no está orientado a los valores o a la doctrina de su agrupación. El tránsfuga promueve la despolitización del sistema entendido este como mero acuerdo pragmático. Evidentemente, una democracia con este tipo de políticos reproduce su debilidad porque permanentemente va a haber flujos de gente que van de una camiseta a otra. Y consolidan estructuras permanentes de gestores, burócratas, parlamentarios. Trato de entender esto, ¿por qué existe? Tiene que ver con cosas más complejas. En un sistema político donde los partidos son débiles hay una mayor autonomía de los individuos. Hay, si se quiere, un mercado político que requiere operadores y candidatos, para que la política pueda reproducirse. Y ese mercado tiene operadores políticos a disposición de múltiples proyectos.

Aldo Panfichi, sociólogo

¿Quién es más tránsfuga?

Es la consecuencia de diez años de fujimorismo en el poder. La política se ha transformado hasta llegar a la precariedad. Los partidos están en crisis –los pocos que quedan–, abandonan los partidos porque han dejado de pensar en la política como un espacio de servicio, de ideas y de construcción de un proyecto de país. Ahora son aparatos o individuos que acumulan intereses y los trasladan a través de diferentes coyunturas. Por ejemplo, hablemos del partido de Humberto Lay, ¿qué ideas políticas lo diferencian de Alianza para el Progreso o de Perú Posible? Ninguna. El transfuguismo hace daño, aumenta el descrédito que ya tienen los políticos, pero hay casos especiales. En un mismo municipio, de siete regidores que entraron con Restauración Nacional, uno se pasó a Solidaridad Nacional a una semana de haber empezado su gestión, otros seis no tienen ninguna actitud de oposición y el único que es crítico también se fue de su partido pero defiende las ideas que lo llevaron a trabajar como regidor. ¿Quién de estos es más tránsfuga?

Marisa Glave, sociológa
y regidora de la Municipalidad Lima

¡Somos fuga!

La nueva ola de transfuguismo, a diferencia de lo ocurrido con Fujimori y Montesinos, no tiene como telón de fondo varios fajos de billetes sobre una mesa en la salita del SIN. Responde a dos causas centrales. De un lado, la existencia de personajes que cambian de camiseta en cada elección: su adhesión al partido o agrupación política es meramente circunstancial, estableciéndose un mercado de pases políticos más animado que el de jugadores de futbol. Y de otro, la actitud de las cúpulas dirigenciales de no permitir competidores, con lo que el afiliado se termina yendo por falta de oportunidades. Este último factor pesa mucho en partidos como el PPC. En ambos casos, la situación es perjudicial para la democracia, pues confirma que nuestros partidos no cuentan con adherentes reales (el requisito de las firmas termina siendo un saludo a la bandera), carecen de democracia interna y escogen a candidatos por el dinero que pondrán para la campaña. Más que un cambio legal, el Jurado Nacional de Elecciones debería promover el retiro del mercado político de los grupos que no cumplen con la Ley de Partidos Políticos. Pero los que mejor deben estar informados sobre la trayectoria política de los próximos postulantes son los ciudadanos. Sus votos, en este caso, pueden ser la tarjeta roja contra un tránsfuga que tiene más de dos camisetas políticas.

José Alejandro Godoy, periodista
y editor del blog “Desde el Tercer Piso”

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