Lo que viene. La atomización de los partidos y la dispersión de su caudal electoral. El conteo de los votos para el Congreso aún no llega al 100%, pero a estas alturas ya podemos saber –para bien o para mal– quiénes serán los nuevos padres de la patria y esbozar así un análisis del Congreso que nos espera.
El próximo Congreso, con pequeñas variaciones, no será muy distinto al actual. Es cierto que ha salido la mayoría de los congresistas que estuvieron involucrados en escándalos, pero esto también ocurrió en el actual en relación con el elegido en el 2001, y por eso no fue mejor. El desempeño de este Congreso no tendrá un estructurado cuerpo de bancadas parlamentarias, sino un conjunto de congresistas unidos entre sí por escasos elementos comunes.
Partidos kiosko
En lo primero que hay que fijar la mirada es en el número alto de partidos legalmente inscritos: 28. Si bien a 13 de ellos se les debe retirar la inscripción (por no haber superado el umbral de representación o no haber presentado listas de candidatos), lo cierto es que quedan 15 partidos, puesto que la legislación peruana permite las alianzas electorales, las que finalizan tan pronto como terminan las elecciones.
Estos 15, salvo el Apra, están cobijados en 5 partidos que sí han logrado ingresar al parlamento, permitiendo que los primeros mantengan su inscripción. De otra forma se hubieran sumado a la lista de los eliminados del registro. Este hecho es importante porque es el inicio de una cadena de eventos que alimentan el fraccionamiento y la debilidad partidaria.
Del listado de partidos, difícilmente la mayoría cumple con los requisitos necesarios para estar inscritos: 3.250 militantes, 67 comités provinciales, 135 mil firmas de adherentes, entre otros requisitos formales. No es posible que en el Perú 28 partidos cumplan con estos requisitos. La mayoría de ellos carece no solo de militantes, sino de un núcleo de líderes, técnicos y profesionales, recursos económicos y logísticos. Lo único que tienen es un registro, que se convierte en un valioso bien de cambio.
De esta manera se desata una lógica perversa. El fundador (dueño, jefe) oferta su partido para que deseosos candidatos (que carecen de él) puedan competir o sumarse a una alianza, con el correspondiente pago por dicha transacción. Muchos se inscriben en los partidos para poder candidatear, sin mediar vínculo o adhesión política. Su relación es débil y pragmática. En otras palabras, el umbral de representación cumple su función de acotar el número de partidos, pero es limitado por el incentivo de la creación de alianzas electorales. Una regla más adecuada debiera permitir tan solo las alianzas o coaliciones de los partidos que logran ingresar al Parlamento.
Doce de estos partidos no tienen más de quince años en la vida política nacional (solo superados por Apra, 1931, AP, 1956 y PPC, 1967). Su escasez de líderes, técnicos y profesionales no atrae a militantes que puedan mejorar la calidad de la vida partidaria. Es por eso que en una campaña electoral, como la presente, necesitan de personas que consideran necesarias para atraer votos (de ellos 17 invitados han salido elegidos). Por eso la presencia de profesionales de variadas ramas, pero también gente del espectáculo, deporte y de los medios.
El efecto del voto preferencial
Al lado de partidos de dudosa inscripción y aval para permitir las alianzas electorales se suma el voto preferencial. Este ha tenido serias y decisivas consecuencias en la composición del Parlamento. Las listas cerradas y bloqueadas favorecen el ingreso de candidatos según el orden en que están inscritos en las listas por las que candidatean, lo que no necesariamente coincide con las preferencias del electorado. Por ello el voto preferencial configura un importante instrumento en el momento de la elección, porque muchos de los que no entrarían en el sistema de lista bloqueada, acceden por medio de este voto y muchas veces con mayor votación que los favoritos de cada lista. Sin embargo, en sistemas partidistas extremadamente débiles, el voto preferencial erosiona cualquier intento de cohesión partidaria. En esta ocasión 45 congresistas, un 35% del total, han ingresado pese a estar en puestos rezagados (ver cuadro). Pero lo más impactante es que el voto preferencial no desata la competencia interpartidaria, sino intrapartidaria. La competencia que se produce es así fratricida.
En la campaña electoral la cantidad de candidaturas por partidos es impresionante. Este año se han presentado más de las 11 listas presidenciales, la mayoría con 130 candidatos cada una, lo que produce poco menos de 2 mil candidaturas en competencia, que debiendo hacer campañas nacionales, terminan desarrollando minicampañas individuales que se superponen entre sí y ofrecen mensajes desarticulados.
Pero la forma como se muestra el voto preferencial varía según la consistencia partidaria. Como se observa en el cuadro, los candidatos más votados, salvo el caso de Humberto Lay, por la Alianza por el Gran Cambio, en el resto de partidos los más votados no encabezan las listas. Se trata de candidatos que superan sus puestos, siendo los más votados, como los casos de Kenji Fujimori (Fuerza 2011), Jaime Delgado (Gana Perú), José Luna (Solidaridad Nacional), Carlos Bruce (Perú Posible), Luciana León (Partido Aprista), los dos primeros, nuevos parlamentarios. Sin embargo, la concentración de votos preferenciales a lo más supera el 10% del total. Es decir, estamos delante de partidos con bajo nivel de liderazgos intermedios, si tenemos en cuenta que el liderazgo partidario mayor es el candidato presidencial. Si esto es así, estamos a la vez delante de un alto grado de dispersión del voto.
Renovar no es mejorar
En nuestro país se ha combinado un mal desempeño partidario, sobre todo en el Congreso, que ha creado una exigencia y demanda renovación de los parlamentarios. Esto se ha realizado con la incorporación cada vez mayor de nuevos miembros en las listas, así como el impacto del voto preferencial. El pedido de renovación ha sido más que cumplido. Sin embargo, al mirar la composición del Congreso se observa que la tasa de reelección parlamentaria en el Perú es muy baja. Para este nuevo Congreso tan solo el 22% ha sido reelegido. Es decir, uno de cada cinco parlamentarios es nuevo. Si bien es cierto que hay algunos que regresan al Parlamento (Diez Canseco, Martha Chávez, Luz Salgado, etc.), el número está alrededor de cien nuevos. Cifra extremadamente alta en una institución que requiere experiencia que solo se logra con la reelección de varios periodos. Así lo comprobó el Apra en el presente Congreso donde tuvo la tasa más alta de reelección.
Si se observa el cuadro, lo que tenemos es una frecuente experiencia de cambiar la gran mayoría de parlamentarios. Sin embargo, el desempeño del Congreso no ha mejorado, sino ha empeorado. Si a los 25 nuevos se le suman los que regresan al Congreso la aplastante mayoría ingresará a aprender, como lo hicieron cientos de parlamentarios que en los últimos años no pasaron de un periodo y quedaron en el olvido. Mientras tanto, el Congreso que se ha formado tras el voto del 10 de abril mantiene todos los ingredientes de una institución que no hace sino reproducir sus propios males.
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