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lunes, 19 de abril de 2010

Cardenal Kouriani
Cipriani no debe hacer campaña por ningún candidato.

Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe

El título de esta columna ha sido ‘choreado’ –pues no pedí ninguna autorización para usarlo– del gran caricaturista político, aunque mejor twittero, Heduardo. Pero, como el tema de hoy es la corrupción, a propósito de la declaración sabatina de Juan Luis cardenal Cipriani, entro al asunto, con el fin de ambientarnos desde el párrafo inicial, robando sin el menor remordimiento.

Pues resulta que, durante su último programa radial sabatino de RPP, el cardenal Cipriani volvió a incursionar en la política electoral menuda como escudero autolanzado de Alex Kouri y con una arenga indirecta en contra de Lourdes Flores.

“No me parece bien que haya una especie de antinomia. Resulta que hay un grupo de gente, en esta situación del país, que tiene el letrero, ya se compró la máquina, en la que dice ‘yo soy decente, incorrupto, transparente, honesto y bueno’, y tú eres ‘corrupto, mentiroso, tramposo y deshonesto”, dijo Cipriani.

A continuación, hizo una invocación para que “no utilicemos la norma moral para atacar al enemigo”, y agregó que “no podemos dejar que el campo se ensucie sin dejar que los posibles servidores de la patria  expongan sus planteamientos”.

Es obvio que la alocución del cardenal Cipriani aludió al planteamiento de Flores de que su candidatura a la alcaldía de Lima sea una batalla entre la decencia y la corrupción, donde ella proclama que está en la primera y su rival está en la segunda.

Sin siquiera entrar a calificaciones sobre moralidad y transparencia, sino solo de ubicación política, es claro en qué lado de esta batalla electoral estará el cardenal: no con Flores sino con Kouri.  Quizá el cardenal está interesado en tener vecinos de su agrado en la plaza mayor. Hoy tiene a Alan García a su derecha, con quien convive de maravillas en el barrio, y parece que quisiera que el vecino de enfrente fuera Kouri.

Pero la pregunta de fondo es si le conviene al país y al propio cardenal meterse a debates de política menuda como una elección, donde, para empezar, hay que responderle que la lucha anticorrupción sí es un tema crucial de una agenda electoral.

El cardenal Cipriani hace mal en hacer barra y querer influir por un candidato pues, de ese modo, desvirtúa su papel en la sociedad, aunque tengo la sensación de que su capacidad de influencia real es nula pues no es un sacerdote popular ni con arrastre. Esto, además, es contradictorio con sus críticas al cura Marco Arana por su incursión política.

En lugar de hacer política, el cardenal Cipriani debiera ocuparse de temas que hoy preocupan a la sociedad, como las abundantes denuncias sobre pedofilia en el clero sin que la estructura religiosa hubiera respondido a favor de todos los niños violados, en lugar de hacerlo para encubrir a los curas que delinquieron.

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