Por: Jorge Bruce
¿Por qué adquirió inmediata celebridad la expresión “aceitar” en los diálogos León-Químper? Era una muestra de habla callejera ingeniosa, tan apreciada en la cultura criolla. Pero más allá de la proverbial viveza que nos escandalizó (a la par que nos fascinó, como sucede con las manifestaciones de la picaresca, donde podemos gozar sin riesgo), la potencia de ese verbo lubricante emana de una gran verdad.
En la percepción mayoritaria la corrupción es un mal necesario. Se la tolera y se la considera inevitable para que los engranajes –del sector público en particular– se pongan en marcha. Al punto que este conocimiento del íntimo funcionamiento de la maquinaria estatal es visto como condición sine qua non para quien pretenda instalarse en sus puestos de mando. Esto no se afirma en voz alta. Pero las leyes no escritas, me parece que lo decía Max Weber, pueden ser las más obedecidas.
El alcalde de Lima lo sabe bien. Preguntado acerca de la polémica entre dos de los aspirantes a ocupar su sillón, Lourdes Flores y Alex Kouri, en torno a la corrupción, Castañeda respondió, desde lo alto de sus consistentes porcentajes de aprobación, que él no se metía en “líos de blancos”.
¿Qué nos quiso decir con eso?
La alusión discriminatoria configura un desmarque de lo que concierne al pueblo, representado por él, y los problemas de las clases privilegiadas, a las que pertenecerían los contendores. A saber, que los sectores para quienes dice trabajar –pero manejando las fechas y el tipo de obras en función de su agenda de poder– están preocupados por cosas importantes como el transporte y no por exquisiteces de quienes ya tienen resueltas esas necesidades básicas.
De inmediato, por supuesto, habló de sus obras, dejando en claro el sentido de su enfoque: no miren a Comunicore, miren al Metropolitano; ustedes entienden que sin la una no existiría el otro. No escuché las declaraciones sino que las leí, pero imagino que a continuación emitió su famoso jejejeje. Y sí, sabe moverse en el resbaladizo laberinto de aceitadas y faenones. Sabe que la gente lo sabe. Por eso la risa es nerviosa, pero también de complicidad y secreta burla. Se ríe de Lourdes porque sabe que con esa ingenuidad, pese a Cataño –eso fue menos pendejo que candoroso–, lleva las de perder. Ya lo demostró desdiciéndose de la auditoría, anunciada en una entrevista, a la gestión de Castañeda. Apenas la amenazaron los escuderos del actual alcalde, aceptó que esta sería técnica (léase amistosa) y no política (léase real). Y de Kouri por estar metido en ese apuro de negar una y otra vez su vistoso rabo de paja.
Sin embargo, hay que rescatar la frase del pepecista Jorge Villena: los corruptos no son eficientes. Es clave la presión pública, que podría, lo he escrito en esta columna antes, haber llegado a un punto de saturación, como ocurrió en el gobierno de Fujimori. Un caso de hoy: la denuncia de amedrentamiento contra Susana Villarán, donde no hay que bajar la guardia, pues la sentencia llega el 30 de abril. Los corruptos exitosos no son eficientes en la gestión pública (véase la seguridad en Lima y Callao), pero sí en la de sus propios intereses.
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